sábado, 5 de julio de 2014

Regeneración democrática, que le dicen...


Que consistiría, al parecer, en la todavía mayor preeminencia otorgada al más fuerte, al triunfador, y aun por encima de sus propios méritos, méritos porcentuales, quiero decir, y contabilizados estos en votos de vellón en cada comicio. Y una manera esta, exquisitamente democrática, sin duda, de ver las relaciones entre los partidos y los mecanismos para alcanzar el poder, aunque solo fuera el local.
Y viene hoy a cuento la premisa respecto de esa proposición del PP de que gobierne en los ayuntamientos, por decreto, el partido más votado, sin haber alcanzado una mayoría absoluta. Si se tratara de un bar, pues, algo así como si el bote se le entregara exclusivamente al camarero que más tiques hubiera emitido el mes en que se celebraron los comicios, sin mirar a más, y para cuatro años solamente. Es obvio que el sentido de la justicia distributiva, en lo privado y en lo público, no debe de pertenecer demasiado al ámbito moral de la enseñanza religiosa que tan mayoritariamente aparentan haber recibido sus señorías, ni tampoco el aspecto en el que haya hecho esta más hincapié en estas ultimas décadas. O milenios.
Así, excluyendo los casos de habida mayoría absoluta, donde poco hay que discutir, por ahora, pero que también se podría, el PP y la FAES proponen ahora entregar –cuando truena– el poder al más votado con mayoría simple, sin más matices, y lo que viene en la práctica a significar lo siguiente, y lo expongo con un ejemplo.
Si un partido A obtiene el 40%, el B el 30%, el C el 16% y los D y E, ambos, el 7% de los votos emitidos, entregar el gobierno local a quien obtuviera ese 40% (o el 35%, que también puede darse, sin ir más lejos, en las pasadas europeas, o aun menos del 30%), lo que se estará realmente es obrando contra la decisión del 60 o el 70% de los votantes, que prefirieron, en perfecta e igual legitimidad, dar su preferencia a otros partidos, o a otras políticas.
Este 60% del ejemplo, además, es nada menos que un 50% más –lo mismo que una mitad más de personas–, que el 40% de los triunfadores pluripremiados, si las matemáticas no fueran, como suelen, una opinión, y por lo tanto, se le impondría a muchos más que a menos la voluntad y el hacer de aquellos que el electorado en su conjunto ha expresado que NO desea que los gobierne.
Porque, no se olvide, cuando se vota por A, al mismo tiempo que se expresa esta voluntad, se expresa la de NO hacerlo por las demás opciones, pues, de dudar, se abstendría cada cual y, por lo tanto, lo mismo debiera valer el sí que se le otorga a un partido específico que el no implícito a los demás, lo cual, por cierto, establece una exclusión, que no es poco en lógica matemática, y debiera serlo también jurídicamente, si es que la razón y el sentido común tuvieran algún tipo de curso legal en estos asuntos.
Pero alguno sí lo tienen, y de ahí la elemental corrección, existente en cualquier sistema civilizado, de que un partido mayoritario, sin mayoría absoluta, necesite del apoyo, o siquiera de la abstención, es decir, de un dejarles hacer, pero vigilante, de otros partidos que representan a ulteriores porcentajes de votantes, para que de esa manera quien gobierne, siquiera nominalmente, lo haga algo más también en nombre de los intereses de los más que de los menos, como no vendría a ocurrir en el caso propuesto por FAES y PP.
Y que esta corrección es del todo necesaria, lo demuestran también los muchos sistemas de votación existentes en los principales países democráticos, donde, cuando para determinados cargos, si de entrada no se obtiene una mayoría absoluta, se celebra una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados, para que se vea la forma y posibilidad de que estos arrastren, casi como en una mesa de póquer, las voluntades de terceros. A cambio ello, se entiende, de acuerdos y matizaciones que los terceros, ya excluidos, negocian con los A y B, entre los que hay que elegir, y que a su vez explican y participan a sus votantes de C, D y E, para ver de alcanzar una mayoría que, en parte, también beneficie a estos terceros. Y mayoría, por cierto, que bien pudiera decantarse por B en lugar de por A, como ocurre con buena frecuencia. Y a nadie en los numerosos países democráticos donde se celebran ciertas elecciones a dos vueltas se le ocurre hablar de falta de democracia de las mismas, al menos, por el mecanismo en sí.
Y en estos lugares, solo cuando la mayoría absoluta tampoco se alcanza en segunda votación, se otorga el triunfo y el gobierno de X al candidato A o B con más votos. Pero de ninguna manera antes. Parece pura y simple higiene democrática, una cuestión de mera justicia numérica y un buen uso institucional que insta a buscar los consensos y los acuerdos, que son, en política, mucho más importantes y fructíferos que las meras imposiciones de un ganador.
Porque la proposición de entender el ‘ganar’ como valor absoluto, por encima de tantos otros bienes cívicos igualmente necesarios, como el consenso, el pacto o la negociación, convertiría a la democracia en satrapía absoluta si se estableciera la obligación de que la minoría mayor gobernara siempre y en todo caso. Es más, cuanto más se mira a ello, más simple fascismo viene a parecer.
Y desaparecerían, de paso, con la propuesta, los acuerdos moderadores de las pretensiones de unos y otros contendientes, imprescindibles, a mi entender, para dirigir a la política hacia la búsqueda de puntos de interés comunes entre opuestos, hacia lugares de encuentro, en virtud de los cuales, mayor cantidad de ciudadanos se encontrarían menos a disgusto que si siempre sometidos a los postulados, sin matices, de uno solo cada vez que este ganara.
Porque esto llevaría a la política a parecerse más a un simple hecho de espada y garrote que a una confrontación civilizada, donde lo que se jugaría sería solamente el poder, sin mayores preocupaciones por el bien común que reside, o debiera residir también, entre otras, por ejemplo, en el logro de conseguir una cierta satisfacción de la población con los políticos que la administran por su delegación. 
¿Y qué ocurriría, además, con las mociones de censura, que hoy son el reflejo directo de los cambios ocurridos en las estrategias de alianzas que permiten alcanzar el poder? ¿Desaparecerían estas, por imposibilidad de llevarlas a puerto sin nuevos comicios que cambiaran las mayorías ya habidas? ¿Cuál tipo de presión podría entonces adoptar la población, que tampoco dispone del recurso a instar referéndums, si se le retirara ahora este único, complejo y cicatero mecanismo para poder rectificar, a través de sus representantes, determinadas políticas cuando estas fueran ya tan poco del gusto de la mayoría como para llevar a cambiar las alianzas que permiten ejercer el poder?
Es decir, más se abunda en el escenario hipotético, más parece este el de una auténtica regresión, una más, añadida al pésimo uso que padecemos de compensar en exceso al partido mayoritario en cada comicio, y que, solo en virtud de esto, obtiene ya más representación en porcentaje de la que realmente le corresponde. Luego, la propuesta, en resumen, no solo viene a no rectificar la infame ley electoral, sino que abunda en sus distorsiones en el mismo sentido, pero llevándolas al máximo.
Pero no es ocioso todo ello. La razón de fondo para preconizar estas iniciativas, cada vez menos democráticas, es que las poblaciones se separan más y más de sus gobernantes; la desafección, en suma. Pero no se produce esta por mala voluntad de la ciudadanía, evidentemente, sino porque los partidos políticos, y el sistema representativo en general, entraron, en la práctica, en barrena. No en cuanto a su capacidad y efectividad para seguir gobernando, mejor o peor, sino en tanto que no logran el apoyo electoral al que estaban acostumbrados, que no es consecuencia más que de su pérdida de prestigio, por razones tan conocidas que no es preciso abundar en ellas.
No obteniendo ya los partidos tasas del 50%, o próximas, se encuentran ahora con que pueden ganar elecciones con el 30%, y que esto llevaría a la obligación de buscar consensos que no desean. Solo quieren hacer valer la victoria como un valor absoluto, y es entonces cuando surge, casi de manera natural, digamos, esta creatividad matemática, que lleva también a la política a adoptar pésimas prácticas numéricas, un poco a remedo de esa contabilidad creativa que tristemente tan bien conocemos y que hoy contamina gobiernos, instituciones, organismos públicos y privados, a los mismos organismos de control de la contabilidad, a los auditores, a las financieras y, prácticamente, a toda empresa. Y ello no solo por las vías ilegales habituales, sino incluso por las legales, porque hoy no hay quien sea de verdad capaz de distinguir entre cuál sea un robo con palanca y soplete y cuál el de una SICAV. Así que ahora, además de a las malas prácticas habituales, apelarán además a la de la contabilidad creativa de votos. Algo como santificar, pero en otro campo, las prácticas de la difunta Caja Madrid, para ponerlas al mando de todo lo demás.
En este entender creativo de los impuestos, de las obligaciones, de las responsabilidades con lo público y de la propia honradez y decencia social y privada de cada cual, el que la gran política se sume ahora a la adición contable de votos donde no los haya habido es una respuesta que, bien mirado, y desde su óptica, pues ¿por qué no?... y llamando a la figura, además, ‘regeneración democrática’. Por mor de la claridad y la transparencia, entiendo, y para ahorrar el desagrado de llamarla caciquismo, esa cosa tan antigua. Cómo hoy mismo, aunque ahora no recuerdo con exactitud al pecador –tal vez Alfonso Alonso–, pero sí el pecado, y que clamaba desde su atrilillo por la mentada ‘regeneración’ poniendo como prístino ejemplo de la misma a la Ley de Transparencia. Pero existiendo el detalle, al respecto, de que esa ley todavía no existe. Un simple despiste, imagino. Pero así es (si os parece), como nos dejó Pirandello, que escribía en, por y para Sicilia. Es decir, desde nuestra misma isla, barrunto.
Y recuerda todo ello, inevitablemente, a esa ya famosa porcata o porcellum –términos de innecesaria traducción, supongo– sacada adelante por el hoy convicto excavaliere Berlusconi, y consistente en regalarle al partido que hubiera obtenido la mayoría simple una prebenda adicional denominada ‘premio de mayoría’, consistente en regalarle los diputados adicionales de más, y porque sí, para permitirle alcanzar la mayoría absoluta al partido más votado, para favorecer así la ‘gobernabilidad’, ese corral de cuatreros.
Tan atrabiliario debió de parecer el mecanismo a sus propios impulsores –que lo sacaron adelante con el apoyo de una coalición–, que así, como porcata, quedo bautizada la ley al punto, y no ya por la oposición, sino por su propio impulsor y redactor del texto de la misma, el Senador Calderoli, del partido de Berlusconi, por tan ajena a la razón –y desde luego a la democracia– y porque más parecería boutade o invento rabelesiano, de puro hiperbólico, que una realidad en verdad posible en un parlamento, el italiano, que aun a pesar de todo ello, seguía llamándose a sí mismo ‘democrático’.
Tanto es así, que el Tribunal Constitucional italiano, a principios de este año, declaró inconstitucional el premio de mayoría en el corto plazo, eso sí, de ocho años para deliberarlo... Como si nos lo hubieran remitido a nosotros, en resumen. Que todo este sur es un mezclarse de coyundas entre pares, sólo cabe añadir.
Y así, llegamos a hoy, cuando estos asadores de la manteca nos vienen en este julio de suspensión del período de sesiones en Cortes –porque llamarlo vacaciones sería nombrar las cosas por su nombre y, eso, antes muertos...–, y so capa de la dichosa ‘regeneración democrática’, se citan para septiembre con el PSOE para debatir tan crucial asunto. Pero el PSOE, en principio, no les dio con la puerta en las narices, todo lo contrario, se tomaron 72 horas para decir que no, pero... Y luego otras 24 para contestar que bueno, que quizás, pero con segunda vuelta, y que bueno, lo hablamos, lo hablamos... si eso. Como cualquier novia remisa, pero novia.
¿Y por qué tanto tener que pensarlo de entrada? Pues porque ellos mismos, en algún momento de su negra historia, llegaron a llevar esa misma propuesta en su programa electoral, la de elegir como alcalde, sin más, al más votado.
¿Y por qué eso mismo que hoy rechazan? Porque su momento hubo en el cual pensaban que les favorecía, cuando disponían asimismo de mayoría absoluta en algunos lugares y de relativa en muchos más.
¿Y por qué, ahora, rechazan el mecanismo de una vuelta y proponen el de dos? Porque ahora la mayoría relativa la ostenta el PP, y ellos el segundo lugar, pero con un mecanismo de segunda vuelta, con la mayoría general de izquierdas que se va configurando, en esa segunda vuelta, con el apoyo previsible de bastantes de esas izquierdas, revertirían muchos resultados en un gran número de casos.
¿Y qué tiene todo esto que ver con la regeneración democrática? Pues ahí está el busilis... Evidentemente, nada. Porque al margen de la tergiversación que ya impone la Ley Electoral, y que de ninguna manera hablan de retocar, pues les favorece a ambos, este actual tener que sujetarse a pactar entre partidos para llegar al poder, el que sea, el local, el autonómico, el estatal... es, sin duda, la parte más democrática que tenemos en el sistema, porque obliga a mayorías que de alguna forma están sustentadas por los votos que aporta cada formación para pactar en nombre de esos votos –siquiera nominalmente– y porque para poder gobernar no queda otra entonces que avenirse a ‘limar’ los aspectos más ‘espinosos’, digamos, de cada programa de partido.
Porque las verdaderas catástrofes para las poblaciones son, realmente, las mayorías absolutas, en cuyo seno vienen a ocurrir los mayores descontroles presupuestarios, se afianza la corrupción, y se pueden alumbrar leyes de, digamos, voluntad única, como es perfecto ejemplo el caso presente de la nueva Ley del Aborto, ese aborto de ley, que de ninguna manera sería hoy posible en España de no existir una mayoría absoluta.
Pues bien, a esa escala de gobernación por la simple vía del ‘porque lo digo yo y para eso he ganado’ es a lo que aspira y llevaría esta ‘regeneradora’ propuesta del PP en toda la escala local, y a ese tipo de gobernanza –¿no queríais sopa?, pues dos cazos– que vendrá cuando aun incluso a quien no tenga la mayoría absoluta se la asignen, casi manu militari, y pueda obrar con la comodidad, impunidad y falta de acuerdo que toda mayoría absoluta conlleva.
Y si un partido o coalición de ellos no puede apear del cargo a un alcalde, incluso con los números suficientes para poder hacerlo, ¿de qué clase de regeneración democrática nos están hablando estos trileros? ¿De la de sentar a un individuo cualquiera en el cargo, y no poderlo remover de él, ocurra lo que ocurra, hasta las siguientes elecciones?
Pues de acuerdo, pero lo que yo quiero, entonces, es poderme fumar lo mismo que ellos, pero legalmente, y disfrutar así de las mismas alucinaciones democráticas, porque no debe ser manco, no, el derivado vegetal que les inspira.

No hay comentarios:

Publicar un comentario