domingo, 20 de julio de 2014

El lobo


Propone el PP, o la FAES –vayamos nadie a distinguirlos– que el candidato que obtenga un 40% de los votos en las elecciones municipales sea nombrado alcalde de manera automática. Sin más. Y aducen para ello razones de ‘regeneración social’ y de mejores usos democráticos, pero enfrentando así, nada menos y de manera mortal, el sentido común y la lógica matemática misma con lo que ellos se atribuyen llamar lógica democrática, esa ciencia que, al parecer, dominan por encima de cualquier otro contable, fontanero, cocinero o demócrata. Santa cosa es siempre la sabiduría de las casas bien y más principales
Pero entonces, burla burlando, pues burla es el trágala, y aplicando sus mismos criterios de ‘mejor democracia o regeneración’ –y esto porque lo digo yo e igualmente sin necesidad de explicarlo, pues no veo razón, esta sí democrática, para que nadie tengamos que ser menos que nadie en el derecho a no dar explicaciones o a emitir arbitrios sujetos a nuestro interés– bien podría sugerirse también, basados en esa misma ‘lógica’ democrática y matemática, que este mismo criterio porcentual se aplicara al asunto de un referéndum de independencia en Cataluña o en Cádiz oeste, y sólo por cuadrarle ello a sus aborígenes, por ejemplo.
Porque cierto es que maravilloso credo ‘regeneracionista’ parece este invento, tan sorprendente, oportuna y milagrosamente descendido y recibido, como lenguas pentecostales, pero sólo y exclusivamente sobre y en las cabezas de aquellos por cuya causa tenemos –desgraciadamente– que estar hablando, desde hace bastante más de un siglo, precisamente de regeneración, y término, dicho sea de paso, que nos han robado –como todo lo demás– y no por otra causa, en definitiva, más que la de su propia degeneración, como venimos no pocos a temernos, no, sino a saber a ciencia cierta.
Pero bienvenido sea el invento, pues, y considérese entonces suficiente un 40% de votos para nombrar un alcalde –y corriendo el tiempo, por qué no, también un presidente de Gobierno, un Consejero Delegado o un Papa de Roma, y distinga entre ellos quien pueda. Porque así cabría también esperar o reclamar –qué menos que un poco de criterio de igualdad– que valga asimismo ese guarismo para que un territorio decida independizarse o para tomar –también por ejemplo– el control de una empresa, en lugar de con el tradicional 50,001% o con ese 66,66%, casi mágico, que autoconsiente la Constitución para reformarse a sí misma. Y para que esta última, cómo no y en consecuencia, porque ¿regeneramos o no regeneramos, en definitiva? pueda también, con el 40% –o el 30%, si le cuadra mejor a quien sea–, decir Diego donde decía digo o para que, por el contrario, prefiera digo a Diego, aunque siempre con exquisitos modales regenerativos, esperemos, por favor.
Pues, ¿por qué este nuevo guarismo, habría de traernos la bienvenida, prístina, radiante, maravillosa y ‘regenerada’ democracia, según dicen, pero sólo para unos asuntos, mientras que no podría hacerlo para otros muy semejantes y que están todos ellos, a fin de cuentas, sometidos a la misma realidad numérica de los votos habidos, escrutados y cosechados? 
¿Sí o no entonces? ¿reformamos también la Constitución con un 40% de consenso? Porque si vamos a llamar a esta cosa nada menos que regeneración democrática, que no es poco pomposo patronímico, la del poder nombrar a un alcalde con un número arbitrario de votos, inferior al que dictan la lógica y el sentido común, cabría muy bien preguntarse por qué no debieran aplicarse el mismo nombre y los mismos criterios numéricos para otros procesos electivos o de representación delegada.
¿O será –más bien– que la respetable Doña Regeneración no es tan respetable, ni tan doña y ni mucho menos tan Regeneración como le dicen? ¡Vengan entonces doña Rosa Díaz y doña María Dolores de Cospedal, sus sacras vestales, lo vean y rasguen horrorizadas sus sacerdotales vestiduras!
Porque... ¿debemos acaso y entonces suponer que no estamos hablando, perdón, que no nos están hablando más que de otra tradicional formulación de la Ley del Embudo? pues ¡Ave María Purísima!
¡Ay! ¡Pero si esa patita debajo de la puerta no es blanca! ¡Mamá, mamá, que es el lobo! ¡Socorro!
¿La zarpa del dictador, hijo mío? ¡Cierra la muralla!

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